CELEBRACIÓN FORÁNEA
Ayer se celebró en Estados Unidos y en otros países anglosajones la Noche de Brujas, traducción al castellano de Halloween, fiesta típica donde niños se disfrazan de monstruos y fantasmas para atestar las calles del vecindario corriendo, jugando y pidiendo por dulces al unísono grito de trick or treat (truco o trato).
Esto ya todo el mundo lo conoce porque lo ha visto en películas, noticieros o documentales y hasta parece una celebración inocente, sin tener en cuenta que tiene una génesis perversa ya que antiguamente se sacrificaban humanos, e incluso niños y, casualmente, de lo que poco se habla es de sus orígenes paganos.
Según datos históricos, con el término del otoño y la innegable llegada del invierno, los celtas -antiguos habitantes de las islas británicas y otras regiones del oeste y centro de Europa- ofrecían sacrificios a Saman, dios de la muerte, en la noche del 31 de octubre, cuando terminaba el año según su calendario.
Para que el año nuevo sea próspero los druidas -maestros espirituales jerarcas entre los celtas- debían entregar ofrendas y encender hogueras para apaciguar a los espíritus que en esa noche se creía que regresaban del más allá para atemorizar a los mortales y maldecir augurando un año catastrófico para las cosechas.
Esta creencia pagana luego fue anexada a la religión católica y convertida en el Día de Todos los Santos, que se celebra un día después de Halloween, ya que era política de la Iglesia sustituir los ritos paganos por los cristianos.
Hoy, a casi mas de veinte siglos de este culto, la humanidad gusta regresar a sus orígenes primitivos y permitirse asustar luciendo caretas y harapos por una noche donde el leitmotiv es el horror. ¿Habremos avanzado lo suficiente como para darnos cuenta que en la actualidad se celebra una fiesta anacrónica y que ha sido tan tergiversada hasta el punto de perder su significado?
Por otra parte, se nota como el auge del marketing de esta celebración ha expandido esta fiesta a países ajenos a esta cultura.
La globalización y la supremacía norteamericana han obligado a ver con buenos ojos esta festividad que nada tiene que ver con nuestras raíces y han puesto en marcha un mecanismo magno de aculturación.
¿Por qué los argentinos, al igual que los angloparlantes, no realizamos entonces masivamente celebraciones como el de la Pachamama? ¿Cuál sería la diferencia? La diferencia se plantea en que Halloween está mundialmente siendo aceptada y los países que le restan importancia son de tercer mundo o carecen de interés para los países potencia.
Año tras año se acrecienta más la popularidad de esta tétrica fiesta en nuestro territorio y dejamos de lado fechas que con antelación marcaron la infancia de nuestros padres, como el Día Nacional del Ahorro.
¿Acaso los argentinos pensamos que nos convertiremos automáticamente en un país de elite aceptando esta celebración foránea? La respuesta, por más dolorosa que sea, es no. De una vez por todas debemos aceptar que somos lo que no creemos ser: un país en vías de desarrollo.
Esto ya todo el mundo lo conoce porque lo ha visto en películas, noticieros o documentales y hasta parece una celebración inocente, sin tener en cuenta que tiene una génesis perversa ya que antiguamente se sacrificaban humanos, e incluso niños y, casualmente, de lo que poco se habla es de sus orígenes paganos.
Según datos históricos, con el término del otoño y la innegable llegada del invierno, los celtas -antiguos habitantes de las islas británicas y otras regiones del oeste y centro de Europa- ofrecían sacrificios a Saman, dios de la muerte, en la noche del 31 de octubre, cuando terminaba el año según su calendario.
Para que el año nuevo sea próspero los druidas -maestros espirituales jerarcas entre los celtas- debían entregar ofrendas y encender hogueras para apaciguar a los espíritus que en esa noche se creía que regresaban del más allá para atemorizar a los mortales y maldecir augurando un año catastrófico para las cosechas.
Esta creencia pagana luego fue anexada a la religión católica y convertida en el Día de Todos los Santos, que se celebra un día después de Halloween, ya que era política de la Iglesia sustituir los ritos paganos por los cristianos.
Hoy, a casi mas de veinte siglos de este culto, la humanidad gusta regresar a sus orígenes primitivos y permitirse asustar luciendo caretas y harapos por una noche donde el leitmotiv es el horror. ¿Habremos avanzado lo suficiente como para darnos cuenta que en la actualidad se celebra una fiesta anacrónica y que ha sido tan tergiversada hasta el punto de perder su significado?
Por otra parte, se nota como el auge del marketing de esta celebración ha expandido esta fiesta a países ajenos a esta cultura.
La globalización y la supremacía norteamericana han obligado a ver con buenos ojos esta festividad que nada tiene que ver con nuestras raíces y han puesto en marcha un mecanismo magno de aculturación.
¿Por qué los argentinos, al igual que los angloparlantes, no realizamos entonces masivamente celebraciones como el de la Pachamama? ¿Cuál sería la diferencia? La diferencia se plantea en que Halloween está mundialmente siendo aceptada y los países que le restan importancia son de tercer mundo o carecen de interés para los países potencia.
Año tras año se acrecienta más la popularidad de esta tétrica fiesta en nuestro territorio y dejamos de lado fechas que con antelación marcaron la infancia de nuestros padres, como el Día Nacional del Ahorro.
¿Acaso los argentinos pensamos que nos convertiremos automáticamente en un país de elite aceptando esta celebración foránea? La respuesta, por más dolorosa que sea, es no. De una vez por todas debemos aceptar que somos lo que no creemos ser: un país en vías de desarrollo.
6 comentarios
Don Go -
saludos
N@no -
Merovingio -
Andrés -
Asterion -
Lucas -
Lo mismo pasó con el gordo de Santa Claus o Papá noel y los alimentos que comemos en navidad. Donde se ha visto un tipo tapado hasta las narices en pleno verano? o quién nos manda a comer pan dulce, nueces, turrones, chocolates, o alimentos con increibles calorías? Si, es la cultura globalizada. Antes, cuando era chico, me traía los regalos el niño Dios, ahora los trae Santa Claus...